Soy un hombre que desde pequeño descubrió la belleza masculina, sintiendo especial atracción por la ropa interior de mis amigos. Este interés erótico ha perdurado a través del tiempo.
Hace unos meses, al entrar a un almacén de artículos de computación, conocí a un joven veiteañero, vendedor, y me llamó poderosamente la atención su atractivo físico y su gran simpatía. Yo fui también muy amable con él y volví en otras ocasiones a comprar sólo para verle y conversar con él (Debo aclarar que yo no tengo amaneramientos feminoides, ni nada por el estilo).
Fue así que decidí contratarlo para que realizara un trabajo de computación en mi domicilio. Llegó una noche, luego de terminado su turno en el almacén. Así supe que es "papá soltero", tiene 23 años y se estaba preparando para rendir unos exámenes de postulación a un instituto educacional. Entre otros trámites, debía realizarse unos exámenes médicos, al mismo tiempo que debía rendir en unas pruebas de educación física.
¿Te has estado preparando para esos exámenes de rendimiento físico?, le pregunté. Sonriendo me respondió negativamente. Yo le conté que había unas vitaminas estupendas ¿Eres valientes para las inyeccionres? Sí, me dijo, aunque por su sonrisa comprendí que un poquito de temor les tenía a los médicamentos inyectables.
Yo te las voy a conseguir, le dije controlando la emoción al sólo imaginar la situación de intimidad al tener que inyectarle un medicamento intramuscular.
Habiendo transcurrido dos sesiones de trabajo, un día mientras él resolvía un problema en la computadora, yo me dirigí a mi cuarto a preparar la inyección intramuscular; una vez cargada la jeringa lo llamé y le dije con determinación "vamos a colocar la vitamina, acuéstate ahí boquita abajo". Me miró algo confundido y exclamó "no me la puede colocar en el brazo". No, le respondí, debe ser en el trasero.
Algo ruborizado se bajó los pantalones hasta las rodillas y se tendió en la camilla dejando puestos sus slip (era un cuadro maravilloso, tanto tiempo esperado. Allí estaba este buen mozo, adorable, simpático, que un día descubrí atendiendo el almacén y hoy lo tenía acostado en mi cama, sólo en calzoncillos y algo nervioso).
Me acerqué a él diciéndolo que estuviera tranquilo, que no iba a doler, etc.
Mientras le hablaba, lo miraba: vestía un slip blanco y una camisa celeste, tenía su pantalón a las rodillas dejando ver sus blancos muslos. Conteniendo la emoción bajé su slip hasta descubrir por completo sus nalgas, blancas y hermosas, musculosas y bien formadas. Las tenía algo tensas, tanto por el nerviosismo de la inyección que presentía iba a clavar en ellas en cualquier momento, como por el rubor que le producía el que yo observara su intimidad. Suelta bien tus nalgas, le dije mientras daba unas suaves palmadas en su bello trasero y pasaba el algodón con alcohol yodado preparando el área para la inyección.
Con un movimiento seguro clavé la aguja en su nalga derecha, él se estremeció, yo lo tranquilicé y lentamente fui inoculando la vitamina que daría aún más vigor a la masculinidad a toda prueba de este atractivo muchacho.
Una vez terminada la tarea, retiré la aguja y me dí a la dulce tarea de frotar su nalga con el algodón. Luego, le subí su blanco calzoncillo e hice mover su pierna.
¡Estás listo! le dije, él se incorporó y se subió los pantalones, abrochó su cinturón y evitaba mirarme de frente.
Esa fue la primera inyección, le dije, pasado mañana tendremos que poner la otra.
Asi se repitió durante cinco veces (esa es la dosis que traen las cajitas con el medicamento) De esta forma, fuimos ganando confianza y se hizo más fácil el momento en que le realicé un examen físico completo. Ese día le hice sacar toda su ropa, incluído calcetines. Pero le pedí que se quedara en calzoncillos.
En esa ocasión vestía un slip celeste (Me emociona enormemente conocer la ropa interior masculina)
Fue un examen prolijo. Al momento de bajarle el calzoncillo para examinar sus testículos, debí contener mi nerviosismo para que él no fuera a descubrir mi segunda intención (segunda, porque la primera intención era poder ayudarlo, reconociendo lo tanto que me gustaba poder descubrir su masculina identidad).
Tuve el gusto de poder tomar entre mis dedos su pene. Me parecía mentira que a ese joven buenmozo, simpático que conocí en la tienda, ahora estaba bajándole el prepucio, dejando al descubierto el glande de su pene maravilloso.
¡Esta historia continuará! Lo que sigue me llenó de felicidad.
El Autor de este relato fué Ricardo lear , que lo escribió originalmente para la web https://www.relatoscortos.com/ver.php?ID=2691&cat=craneo (ahora offline)